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UNA VENTANA AL PASADO A TRAVÉS DE LA PRENSA ESCRITA

El parque y una nota de 1930

El 12 de diciembre de 1930 aparecía publicada en la revista "El Hogar" una nota sobre el "nuevo" Parque Nicolás Avellaneda. El espacio verde se había diseñado y construido (apenas tenía una década y media de vida por aquel entonces) sobre los terrenos que la Municipalidad de Buenos Aires le había comprado a la familia Olivera. En la nota, el periodista Estanislao Rivas, charla con el capataz del parque y con uno de sus empleados. Creemos que resultará de interés el reproducir este material de archivo para que los vecinos del barrio tengan un nuevo elemento que aporte datos sobre nuestro patrimonio histórico reciente.

 

EMBLEMA DEL BARRIO
PARQUE AVELLANEDA

Nombre dado por Ordenanza N° 26.607, Boletín Municipal 14.288 del 04/05/1972.

Límites: Av. Juan B. Alberdi, Escalada, Av. Castañares, Lacarra, Av Tte. Gral. Luis J. Dellepiane, Portela, Av. Directorio y Mariano Acosta.

Población total: 54.191

Hombres: 25.484

Mujeres: 28.707

Superficie: 5,1 Km2

Densidad poblacional: 10.614 Hab/km2

(Censo del 1º de julio de 2001 )

 
   

La revista "El Hogar" fue fundada por Alberto M. Haynes en 1904, inaugurando una nueva modalidad periodística. La revista reconoce a la familia como unidad social (la editorial Haynes sería más tarde editora de Mundo Argentino, Selecta y del diario El Mundo) enfocando su producción bajo este lema o paradigma.

Fue por mucho tiempo la revista de mayor venta, siendo reconocida por el público como la publicación más identificada con un incipiente estilo de vida nacional.

Comenzó con el nombre de El Consejero del Hogar, "revista quincenal literaria, recreativa, de moda y humorística", pero sin mayor eco, hasta que inició una evolución que apuntaba al gusto femenino de la clase media y halagaba la vanidad de la clase alta, dedicando numerosas páginas a reflejar fiestas, casamientos, viajes, ropas y lugares de veraneo de las familias tradicionales. El éxito fue significativo y lo acompañó con adelantos técnicos: simplificó el nombre, adoptó características de semanario ilustrado y por primera vez utilizó tapas en tricomía.

Era el espejo de los principales acontecimientos sociales y políticos, interesaba al lector femenino, al lector joven, al lector sentimental, al lector de las ciudades de provincias. Intenta perpetuar sucesos, establece modas y costumbres y consagra escritores. Acceder a sus páginas en alguna de esas formas era alcanzar el Parnaso criollo o una zona para pocos elegidos.

Historia de los parques de Buenos Aires: Parque Avellaneda

La Quinta de Olivera...! Siendo muchachos, no mayores de diez años, regresar de nuestras cacerías de pájaros, diciendo que habíamos ido hasta la quinta de Olivera, resultaba una proeza pocas veces igualada. Y hablábamos del monte frondoso, intrincado, con el asombro de quien ha visitado la selva de Montiel. Y volver ahora, más de veinte años después,, y hallar aquello transformado en un parque lleno de flores, de avenidas, de niños escolares que juegan correteando bajo los árboles, resulta una verdadera obra de magia.

Flores era uno de los barrios más pacíficos de la ciudad. Sus grandes quintas, sus ocultos palacios de vidriados miradores, sus plácidas noches perfumadas, eran de un encanto recocido y delicioso. Pero todo eso ha desaparecido ya. Últimamente he contemplado con harta tristeza lo que resta de la "Picciola", la antigua mansión de Ángel Estrada, parcelada en lotes, arrasados los frondosos árboles y la casa demolida. Y así ha ocurrido con todo lo demás. Hoy días Flores es un barrio de resonante actividad, nuevos y lujosos edificios, vidrieras, tráfico...

Bueno, yo iba a hablar de la quinta de Olivera, hoy señalada con el nombre municipal de Parque Avellaneda. Pero, antes de hacerlo, quiero anotar una observación sobre esta costumbre nuestra de denominarlo todo con un nombre propio, sin lo cual nos parece que no está completa la gloria de nuestros antepasados. Teníamos ya la calle Avellaneda, luego vino la ciudad de Avellaneda, y, finalmente, el parque Avellaneda. Con lo cual la memoria del prócer casi ha desaparecido, repartida, desparramada por todos lados...

Eso, por otra parte, es falta de imaginación, y no diré de buen gusto por respeto a la ilustre figura. Pero ya es tiempo de inventar. Buenos Aires carece de nombres poéticos, pués el único que tenía, Floresta, fue inmediatamente reemplazado por el de Vélez Sarsfield (Flores es nombre propio). Y las denominaciones populares que existen no son de las más seductoras: Caballito, Barracas... O, peor todavía, las que se designan por fechas: el Once, por ejemplo, contracción del 11 de septiembre. Y lo que pasa con los barrios ocurre con calles y parques. ¡Qué lejos está todo eso del "Unten der linden" o los Champs Elysées...!

Estas o parecidas reflexiones, inspiradas únicamente en el amor a la ciudad natal, debían ser vertidas con frecuencia por todos aquellos ciudadanos que, de algún modo y por diverso medio, pueden interpretar el sentimiento general. Y la ciudad se iría plasmando con algo más tierno, más íntimo que simples decretos.

El parque Avellaneda es, bajo sus demás aspectos, un parque modelo. A su boscaje extraordinario, en variedad y ejemplares notables, reune ahora los nuevos jardines, enriquecidos por cultivos sabiamente realizados. Una deliciosa profusión de flores encantan la vista y embalsaman el aire. Bajo la dirección del capataz, don Francisco di Lorenzo, que me guió a través del parque, se han abierto bellas perspectivas y creados estos jardines. Don Francisco ha estudiado jardinería, y me es grato conversar con él, porque además de sentimiento estético, posee buenos conocimientos de botánica...

Atravesamos los jardines donde florecen los claveles y aparecen ya las plantitas de crisantemos que, según su palabra entusiasta, serán en el próximo otoño una verdadera revelación. Desde allí se columbran los viveros forestales. Está orgulloso de su labor, que recién dura un año. Y mientras andamos me asegura que existe entre el personal un peón que podrá referirme toda la historia de la antigua quinta Olivera. Accediendo a mi deseo manda a un hombre en su busca. Mientras tanto, seguimos por el parque, admirando los gigantescos eucaliptus, los no menos frondosos olmos, los cedros y los pinos. Aparece allí, en un gran claro, la antigua casa con sus terrazas y aleros, sus torrecillas y galerías. En ella funciona la escuela de Avicultura, cuyas instalaciones de aves se encuentran en el fondo del parque. A poco mas de cien metros, entre aparatos de gimnasia, juega y se rebulle una multitud infantil.  Son los niños débiles que, en el parque, tienen su escuela al aire libre. Y, finalmente, para que el conjunto reuna una organización completa, no muy lejos de allí se halla instalado el tambo municipal.

Como dije, se trata de un parque modelo, y la Dirección de Paseos puede estar orgullosa de él.

Aparece por entre los árboles, rastrillo al hombro, el peón que va a relatarme la historia del parque. El capataz lo llama, y Ramón Rodríguez (que asi es su nombre) acude muy diligente. Hace casi treinta años que trabaja allí, y conoce a toda la familia Olivera. Lo que no ha visto, lo sabe por referencias, en las largas conversaciones con los hombres de las viejas peonadas. Le interrogamos y contesta con una precisión que asombra.

-¿De quién fue, en un principio, este parque?-

-El primer dueño de estas tierras fue don Nicanor Olivera, vasco español, quien las compró por la suma de seis mil pesos fuertes... Era el abuelo de la familia. Vino de su patria, siendo muchacho, y entró a trabajar en una panadería, como peón de patio... Allí aprendió a amasar... Cuando ya supo su oficio, y había reunido algún dinero, compró, como le digo, esta tierra...

-¿Qué extensión tendría en un principio, usted lo sabe?

-Lo se... Este campo abarcaba una extensión de tres leguas... Iba desde Lacarra hasta cerca de los Mataderos, y desde el Riachuelo hasta más allá de la vía del Ferrocarril Oeste...

Aunque mi locuaz interlocutor no precisa la fecha, esto debía ocurrir allá por los tiempos de Rosas, o, tal vez, hace un siglo, pues la familia cuenta ya cuatro generaciones. Don Nicanor Olivera, pues, compró esta tierra cuando, naturalmente, pertenecían a la provincia y por aquí no había otra cosa que estancias. Y, según me informa Ramón Rodriguez, construyó un edificio destinado a vivienda y a panadería.

-¿Se conserva ese edificio?-

-No, señor; fue demolido cuando se hizo el parque-

-Me lo imaginaba... Entonces, ¿don Nicanor Olivera Continuó con su oficio?-

-Continuó con él, y, más tarde, ayudado por sus cuatro hijos: Nicanor, Carlos, Manuel y Eduardo... Eduardo fue quien vendió a la Municipalidad las tierras que ahora forman el parque Avellaneda... Y, como le decía, el padre trabajaba con los hijos en el horno, sembrando, repartiendo... Y la familia recuerda eso hoy día como un honor.

-Naturalmente. Y, dígame: ¿sabe también cuanto pagó la Municipalidad por estas tierras?-

-Si, señor; también lo se... Pagó la suma de ocho millones, cuatrocientos cincuenta y siete pesos, con centavos...-

-¿Los centavos no los recuerda?-, le digo bromeando.

-No; Los centavos, no; pero si la fecha en que se hizo la compra: el 6 de marzo de 1911... Entonces esto era una cabaña de animales finos-

Agradezco a Ramón Rodriguez y lo felicito por su memoria. Se aleja el peón, y seguimos a la calle con el capataz. El parque, que tiene una extensión de sesenta hectáreas, se halla bajo su celosa vigilancia...

Mientras andamos me va indicando las iniciativas que piensa emprender: aligerar las arboledas, para para abrir caminos y perspectivas; desenvolver los trabajos de jardinería, hasta llevarlos a la perfección con que él sueña. Tiene verdadero amor por su oficio. Y en cada palabra, en cada ademán, lo revela constantemente.

Me despido, por fin, muy agradecido a mis amables guías - guías por el pasado y por el presente-, y me alejo llevando el gentil obsequio de un gran ramo de claveles, claveles que luego van a esparcir su perfume en las salas de trabajo de EL HOGAR.

Estanislao Rivas
(Revista "El Hogar" - 12/12/1930)

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